La final de la Liga BetPlay II-2025 no necesitó tiempo para encenderse. Desde el primer suspiro del partido, el equipo rojiblanco dejó claro que no estaba dispuesto a especular y que su plan era golpear de inmediato. Apenas corrían cinco minutos cuando una acción individual cambió el tono del encuentro y marcó el rumbo del inicio. El estadio Metropolitano se levantó de sus asientos ante una definición que combinó atrevimiento, precisión y jerarquía, señales inequívocas de un jugador que atraviesa un momento superlativo.
En el centro de la escena apareció José Enamorado, un futbolista que ya no es promesa sino realidad consolidada. A sus 26 años, el atacante vive el punto más alto de su carrera y lo demuestra cuando el contexto es más exigente. Su primer tanto en la serie definitiva no fue solo un gol tempranero: fue un mensaje directo al rival y una confirmación de que su crecimiento competitivo va de la mano con los partidos grandes. Y como si ese impacto inicial no bastara, antes del descanso volvió a decir presente en el marcador con un doblete que reforzó su influencia.
Lejos de tratarse de un destello aislado, el rendimiento del extremo responde a una evolución sostenida. Su capacidad para asumir responsabilidades en momentos límite se ha convertido en una constante. El tanto frente a Deportes Tolima no solo inclinó el arranque del duelo decisivo, sino que amplió una estadística que ya tiene peso propio: con esa anotación alcanzó su tercer gol en finales defendiendo los colores del club barranquillero, tras haber marcado también en la definición de 2023 ante el DIM. Un registro que habla de carácter y temple.
La jugada que abrió el marcador fue una síntesis perfecta de su versión más completa. Todo comenzó con una asistencia quirúrgica de Guillermo Paiva, quien filtró el balón al espacio justo. El atacante recibió perfilado, controló con ventaja y aceleró con decisión. Al ingresar al área mostró sangre fría: una gambeta limpia dejó en el camino a Junior Hernández y, sin perder estabilidad, sacó un remate cruzado que se clavó en el ángulo, lejos del alcance de Neto Volpi. Una definición digna de una final.
Más allá de la velocidad de la acción, lo que llamó la atención fue la claridad mental. Cada gesto técnico estuvo respaldado por una lectura correcta del momento. En escenarios donde el error se paga caro, el delantero eligió siempre la mejor opción. Esa mezcla de confianza y calma fue la chispa que encendió al público y permitió que el conjunto local asumiera el control del partido desde muy temprano, respaldado por un jugador que entiende cómo se juegan los compromisos trascendentales.
El segundo gol, llegado a los 38 minutos, terminó de consolidar su noche soñada. Para entonces, el equipo ya había impuesto condiciones y el rival buscaba recomponerse. Sin embargo, la aparición nuevamente del atacante fue un golpe anímico difícil de absorber. No solo amplió la diferencia, sino que reforzó la sensación de autoridad en un partido que, desde lo emocional, empezaba a inclinarse claramente.
Este presente no es fruto de la casualidad. Detrás hay madurez, continuidad y una comprensión más profunda del juego. El futbolista ya no corre por impulso; ahora decide, pausa y acelera cuando es necesario. Esa evolución lo ha convertido en una pieza determinante dentro del esquema y en un nombre propio cada vez que se habla de instancias definitivas en el fútbol colombiano.
Así, la final comenzó con un golpe certero y con una confirmación que ya no admite discusión. En los grandes escenarios, cuando la presión aprieta y los focos apuntan, hay jugadores que se esconden y otros que se agigantan. En esta historia, el protagonista eligió lo segundo y volvió a escribir su nombre con letras destacadas en una noche que promete quedar en la memoria de la afición.