La decisión de iniciar el Giro de Italia 2026 en Bulgaria ha abierto una grieta evidente entre la visión global del evento y la realidad económica que afrontan los equipos profesionales.
Lo que debía ser una celebración del crecimiento del ciclismo se ha transformado en una discusión intensa sobre costes, logística y sostenibilidad.
La llamada “Grande Partenza” está prevista para disputarse en territorio búlgaro, con tres etapas iniciales antes de un complejo traslado hacia el sur de Italia.
Desde el punto de vista promocional, la idea resulta atractiva: nuevos mercados, paisajes inéditos y una proyección mediática que busca reforzar el prestigio internacional de la carrera rosa. Sin embargo, para los conjuntos participantes, la ecuación no es tan simple.
El principal punto de fricción es económico. Los equipos, representados por la AIGCP, consideran que el paquete financiero ofrecido por RCS Sport no cubre los gastos reales que implica una salida tan lejana del territorio italiano. Transporte aéreo y terrestre, envío de bicicletas, vehículos auxiliares, personal técnico y días extra de alojamiento elevan considerablemente el presupuesto habitual de una gran vuelta.
En un primer momento, la empresa organizadora planteó una compensación cercana a los 115.000 euros por escuadra, cifra que luego fue ajustada hasta los 125.000 euros tras las primeras negociaciones. No obstante, los equipos mantienen su postura y reclaman un aporte mayor, cercano a los 160.000 euros, argumentando que el desplazamiento desde Europa del Este hasta el sur de Italia supera con creces los gastos de una salida tradicional.
Para ellos, no se trata de un capricho, sino de una cuestión de equilibrio financiero en una temporada ya de por sí exigente.
La distancia geográfica es un factor clave. El traslado posterior a las etapas búlgaras supone recorrer más de mil kilómetros, con el consiguiente desgaste logístico y humano.
Directores deportivos advierten que este tipo de movimientos “afectan la preparación de los corredores y tensionan estructuras que no cuentan con presupuestos ilimitados”. Mantener el nivel competitivo mientras se asumen estos sobrecostes se convierte en un desafío mayúsculo, especialmente para las formaciones con menos respaldo económico.
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Desde RCS, en cambio, defienden la estrategia internacional. La organización sostiene que las salidas fuera de Italia son inversiones a largo plazo que fortalecen la marca del evento y generan ingresos indirectos a través de acuerdos institucionales, patrocinadores y turismo.
En ese contexto, Bulgaria aparece como un territorio emergente, con interés en posicionarse en el mapa del ciclismo mundial. “El Giro debe mirar al futuro y expandirse”, es el argumento que respalda la decisión.
Este pulso revela una tensión más profunda que atraviesa al ciclismo moderno: la globalización del calendario frente a la sostenibilidad de los equipos. Las grandes vueltas buscan ampliar horizontes, pero los protagonistas de la carretera reclaman condiciones que no comprometan su estabilidad. La discusión no es nueva, aunque cada edición añade matices y eleva el tono del debate.
A pocos meses del inicio de la prueba, el acuerdo definitivo aún no está cerrado. Si las posturas se mantienen alejadas, no se descarta la intervención de organismos superiores del ciclismo internacional para mediar entre las partes.

