La visita de Lionel Messi a India, concebida como un evento histórico y festivo, terminó convertida en un episodio caótico que dejó imágenes de disturbios, frustración colectiva y serios cuestionamientos a la organización. Lo que prometía ser una jornada inolvidable para miles de aficionados derivó en una experiencia amarga que dio la vuelta al mundo.
Desde tempranas horas, el emblemático Salt Lake Stadium de Calcuta comenzó a llenarse de seguidores provenientes de distintos puntos del país. El entusiasmo era palpable: camisetas albicelestes, banderas argentinas y pancartas con mensajes de admiración decoraban las tribunas. La expectativa era alta porque el plan incluía una aparición especial del campeón del mundo, saludos al público y actos simbólicos que celebraban su legado. Sin embargo, el desarrollo de la agenda no estuvo a la altura de lo prometido.
Cuando el astro rosarino finalmente hizo acto de presencia, su participación fue breve y distante. Rodeado por un estricto anillo de seguridad y acompañado por personalidades políticas y del espectáculo, su permanencia en el escenario no superó los minutos previstos inicialmente. La falta de interacción directa con las gradas provocó un sentimiento de engaño entre los asistentes, muchos de los cuales habían pagado entradas costosas con la ilusión de vivir un momento cercano al ídolo.
La decepción se transformó rápidamente en enojo. En varios sectores del estadio comenzaron los reclamos, primero verbales y luego físicos. Algunos hinchas arrancaron sillas de las tribunas y las lanzaron al campo, otros rompieron vallas de seguridad y hubo intentos de invasión al césped. Las escenas, captadas por teléfonos móviles, mostraron un escenario de descontrol que contrastaba con el espíritu festivo que se había anunciado días antes.
Ante la gravedad de la situación, las autoridades intervinieron para evitar consecuencias mayores. La policía actuó para dispersar a la multitud, mientras los organizadores optaron por evacuar al futbolista y a su comitiva. Más tarde, uno de los responsables del evento fue detenido para rendir declaraciones, acusado de mala planificación y de no garantizar las condiciones mínimas de seguridad. Desde el gobierno regional se emitió un comunicado reconociendo errores y ofreciendo disculpas públicas tanto a los aficionados como al propio jugador.
El trasfondo del problema estuvo marcado por las expectativas incumplidas. Muchos asistentes aseguraron que el evento fue presentado como una experiencia única, con actividades extendidas y cercanía con el protagonista. “Pagamos por algo que nunca ocurrió”, expresó uno de los seguidores en declaraciones recogidas por medios locales. Esa sensación de haber sido defraudados fue el detonante emocional que llevó a la reacción colectiva.
Pese a que el delantero no emitió declaraciones directas tras el incidente, su entorno dejó claro que la intención siempre fue cumplir con la agenda pactada y evitar riesgos innecesarios. El episodio reabrió el debate sobre la capacidad logística de algunos países para albergar espectáculos deportivos de talla mundial y la necesidad de protocolos más rigurosos cuando se trata de figuras globales.
La gira contemplaba actividades posteriores en otras ciudades, con clínicas deportivas y encuentros culturales destinados a promover el fútbol en una nación donde este deporte gana terreno frente al cricket. No obstante, el suceso de Calcuta dejó una sombra de incertidumbre sobre el resto del recorrido y encendió las alarmas entre patrocinadores y autoridades.

